Sitios donde perder el tiempo

sábado, 14 de septiembre de 2013

Diario del capitán: día tercero

Amanecemos, que no es poco. Bla, bla, vestirse, bla, bla, desayuno, bla, bla, qué pedos me tiraba ayer... y a la calle.

¿Plan para hoy? Pasar por el puerto e ir a visitar a la Sirenita. Decido guiar yo, que me he mirado varias veces el mapa y estoy convencido de tener una buena ruta en mente.

Pasamos por detrás de la estación. Agh, ¿por qué huele tan mal aquí? Es como a... a meado. Serán guarros, ¡no puede mear por las calles! ¡Eso es impropio de la gente del norte! Contengo el instinto animal de echar yo también una meada y reclamar Copenhague como mi territorio. Uh, tengo algo de frío.

Camina, camina, camina... mira, ese edificio le haría gracia a Raquel. ¿Cuántos metros serán? ¿Doce, quince? Algo de eso. Bueno, no nos entretengamos. Camina, camina, camina. Arg, ahora hace calor. Eh... creo que por aquí no es. Vale, espera, crucemos el puente y sigamos por el otro lado. Camina, camina, camina. ¡Vaya! ¡Edificios de estilo moderno! Son los primeros que vemos desde que llegamos a esta ciudad. También hay algunos sueltos de más de 5 pisos, cosa que tampoco habíamos visto hasta ahora. Hace frío otra vez.

Mira, una araña. Mira, otra araña. Mira, otra... ¿Qué os pasa aquí con las arañas? ¿Tenéis un pacto, un convenio? No es que tenga nada en contra de ellas, pero me llama la atención la tranquilidad con la que pasean por vuestras paredes. Otra vez calor. No, ahora en serio, ¿dónde estamos? A ver, mapa... huy. Me he equivocado, jiji. Busquemos otro puente (Gran problema de Copenhague: constantemente necesitas buscar puentes).

María queda fascinada por un extraño y desconocido córvido que nos pasa por al lado. A mí no me parece distinto de las decenas de urracas que hemos visto, pero según ella es otra cosa, así que le hace un book entero de fotos. El animal nos da su número de teléfono por si acaso queremos contar con él para otra sesión fotográfica y seguimos caminando.


Pasamos por otro parque con su respectivo lago, María está que no cabe en sí de gozo a base de parques, lagos y pájaros. Tengo frío. Mención especial al puente con candados, de esos que se supone que simbolizan promesas o parejas o algo de eso. ¿Esto no lo habían inventado en otro sitio?

Seguimos sin saber con certeza donde nos encontramos, pero vemos una gran torre y decidimos acercarnos a ver de qué se trata. Vaya, parece que hay gente caminando por allá arriba, ¿se podrá entrar? Vamos a intentarlo. ¿Por qué hace calor otra vez?

Efectivamente, se puede: al módico precio de 40 coronas (5,3 euros) por persona tienes el derecho a subir al campanario. Porque esto es una iglesia y se sube a la torre del campanario. Conforme ascendemos por escaleras de madera y piedra, añejas, estrechas y diseñadas por alguien que no tenía ni idea de arquitectura, tengo reminiscencias del Micalet. María pide una parada a mitad de camino, yo hago como que no me hace falta pero mentalmente agradezco el descanso.

Tras unos minutos más de ascenso, salimos al exterior. El trozo final de la torre es una espiral que se va haciendo más estrecha conforme subes, llegando a un punto en que uno ya no puede continuar. Mis respetos a las arañas que tienen aquí montadas sus telarañas, con el viento que hace y lo que pega el sol. Aquí arriba hace calor y frío a la vez.

Bajar nos cuesta mucho menos tiempo y esfuerzo que subir, como es lógico, y ya que hemos podido ver que el barrio de Cristiania (dadle al link para enteraros de qué tiene de especial, no me apetece explicarlo) está a tres minutos de aquí, hacemos camino en esa dirección mientras empieza a darme calor de nuevo.

La entrada de Cristiania está decorada con un pequeño mural muy colorido, seguido de un arco que parece prometer la entrada a algún tipo de mundo de ensueño. De hecho, nada más entrar vemos un cartel que nos indica el camino hacia el país de las maravillas, pero una rápida ojeada me indica que lo que vamos a encontrar es algo muy distinto.

Mira, ahí hay un cartel en un montón de idiomas, a ver qué pone.. ¿comprar acciones de Cristiania? ¿Acciones? ¿De un barrio (súper hippie)? Qué cosas tan raras tienen estos daneses. En fin, seguimos caminando.

Me bajo las mangas, que empiezo a tener frío. No, en realidad tengo calor otra vez.

Tras pasear brevemente por lo que parece un barrio gitano a las afueras de Madrid o Barcelona, y habiendo visto media docena de puestos con pipas, tabaco, mecheros y papel de fumar a precios prohibitivos, un cartel nos avisa de que nos estamos acercando al Green Light District y que, por lo tanto, las fotos están prohibidas. La comparación con cierto otro Light District me hace pensar en que voy a ver algunas tetas al aire, pero todo lo que veo son más tenderetes, marihuana plantada en tiestos por la calle (Ahí, a su rollo, sin que nadie la toque ni se la fume) y gente comprando más marihuana en cantidades industriales. Bueno, ya veo por qué no quieren fotos. María, ¿tú también tienes frío?

El renombrado Green Light "District" resulta ser en realidad una callejuela de 30-40 metros de largo y nada más. De hecho, el barrio entero de Cristiania es diminuto y no hay mucho más que ver. Mientras estamos saliendo, nos cruzamos con el país de las maravillas, que es ni más ni menos que una pequeña nave adecuada para hacer skateboard en ella. De verdad, la cantidad de estereotipos que se cumplen en este barrio me acojona.

La visita ha sido interesante, pero vamos a lo que queríamos ir desde un principio: zona puerto. María, saca el mapa que eche una ojeada a ver donde estamos. Ajá, ajá, ajá. Vamos por acá. Joder, qué calor hace.

Paradita a comprar una botella de agua en un pakistaní. Fresca y buena, no demasiado cara. Sigamos caminando. Mira, ese tío está meando por la calle.

Llegamos a lo que debe de ser zona puerto, pues está todo lleno de canales... pero no es el puerto. De hecho, nos vemos obligados a dar la vuelta tras comprobar que por aquí o eres un barco o no pasas. Lo siento, María.



Quince o veinte minutos más tarde parece que hemos encontrado el buen camino: aquí hasta hay gente caminando y todo. Tres canales, dos puentes y una consulta de mapa más tarde, pasamos al lado de los restos de una competición de esculturas de arena. Notable el hecho de que, dado que aquí no tienen playa real, la arena se la estén llevando en camiones. Jo, jo, jo.

Bueno, debe de ser detrás de esta esquina... a ver... ¡aquí estamos! ¡Nyhavn! Venga, María, saca todas las fotos que quieras, hala. Alégrate el alma, que te iba haciendo falta tras tanto andar y tanto dar vueltas. Mientras María se maravilla en el fascinante mundo de las casas de colores, yo me entretengo buscando el barco más molón y piratesco que pueda encontrar, pero la masiva cantidad de gente que pulula por aquí no deja tiempo a pararse y ver las cosas debidamente.

Esto está lleno de restaurantes, pero son caros y tenemos aún algo de tiempo por delante antes de la hora de comer, lo que nos hace desestimar la opción de sentarnos a tomar algo. Nuestras andanzas (dirección al parque de Kastellet) nos conducen de pura casualidad hasta la fantabulosa iglesia de mármol y la iglesia rusa ortodoxa, situada sólo unos metros más adelante.



También nos cruzamos con el museo de diseño, pero no nos interesa en lo más mínimo. Ay, me está dando frío ahora.

El camino hacia el parque resulta ser algo más largo de lo esperado y tenemos hambre, pero ahora nos hemos alejado de la zona de restaurantes y por aquí no parece haber ningún sitio donde comer en el que no debas empeñar un riñón... ¿o sí? ¡Mira, una pizzería! ¡Barata! Ale, p'adentro.

Tardan un buen rato en atendernos, nos sacan las bebidas ya puestas en el vaso, y los cubiertos brillan por su ausencia hasta que se nos ocurre reclamarlos. No es el mejor servicio que he recibido, pero la pela es la pela. En el cuarto de baño, un cartel de Lobezno me recuerda que debo lavarme las garras y yo me pregunto si alguna vez el hombre habrá tenido algún accidente mientras meaba. Ya sabéis un accidente con... eso. Da igual.

La aventura continúa en el parque de Kastellet, donde María hace otro book de fotos dedicado a patos, cisnes y urracas, lo que yo aprovecho para echarme un rato en la hierba, ahora que hace más calorcito y tengo el estómago lleno.

Kasetllet solía ser una fortaleza de las fuerzas navales danesas, y aún conserva algunas de las murallas, cuarteles y una pequeña colección de cañones a disposición del turista medio para sacarse fotos haciendo el gamba como está mandado. La zona nos gusta, pero tenemos otro objetivo en mente y no nos detenemos mucho.

Bueno, empiezo a estar hartito del tema de los puentes. ¿Por dónde cruzamos ahora? No hay ninguno a la vista... ¿Por qué cojones tienen canales al lado del mar? Bueno, vale, sí, hace de defensa para la fortaleza... ¡pero da igual! Qué acansinamiento, qué obsesión con el agua.

Nos vemos obligados a dar una vuelta gargantuesca para poder llegar, ahora sí, al verdadero puerto. Una vez allí, oculta tras una marabunta de japoneses armados con cámaras de fotos y con un extraño interés en sacar diez fotos por segundo, encontramos una de las grandes atracciones turísticas de la ciudad: la Sirenita.

Tardamos un buen rato en conseguir una foto decente, en parte porque es difícil acercarse y en parte porque la japochedumbre es muy molesta. Es más, ¿sabes qué? Yo me siento en esta roca y tú si eso saca las fotos. ¿Ya estás? Pues arreando.

Me voy a saltar la siguiente iglesia por la que pasamos, que hemos entrado ya en muchas y esto se está alargando demasiado.

¡Hora de volver! No sin antes pasar a saludar a uno de los últimos (¿O era el último de todos?) molinos de viento aún en funcionamiento. María me recuerda que nos hemos saltado Amalienborg y que quiere ir a verlo. Venga, vale, bien.

El susodicho palacio es, en realidad, una gran plaza peatonal rodeada de edificios. A mí no me parece un palacio, pero me lo voy a tener que creer... oye, ese guardia se está moviendo. Espera, ahí ocurre algo. María, deja de sacar fotos, mira allá. ¡El cambio de guardia! ¿Te lo puedes creer? Ni sabía que lo hubiera, mucho menos el horario al que ocurre, y resulta que lo pillamos en el momento exacto.

Pobre gente, montando la paraeta por una tradición sin sentido. Si por aquí pasa la gente como le da la gana, ¿qué estáis vigilando exactamente? En realidad me sabe mal, mira lo rígidos que tienen que estar, esto es inhumano.

A la salida del palacio (Ungh... tengo calor) nos cruzamos con varios coches de lujo acompañados de una lata con ruedas.

Estamos en Nyhavn otra vez, aún queda mucho día por delante y mucho camino hasta casa, pero estamos cansados y nuestros pies amenazan con suicidarse. Solución de María: tomar un batido. No te voy a decir que no, mira, pero tengo otra opción: subirse a las barcas turísticas.

¿Cómo has dicho que se llama la empresa...? Uh. Espero que no sea literal. Chocopunto para el guía por hablar fluidamente tres idiomas, aunque su castellano es pésimo. Gracias a esta idea, además de descansar los pies y relajarnos, nos enteramos de qué son ciertos edificios que hemos estado viendo mientras caminábamos, tales como la ópera, el segundo mejor restaurante del mundo o Cristianborg.

Al terminar, saludamos al edificio más estrecho de Copenhague, al que le estimamos más o menos 220 centímetros de ancho, el doble que el que teníamos aquí en Valencia (creo que lo acoplaron al colindante y ya no existe). Por cierto: tengo frío.

La vuelta es aburrida de contar. Mucho caminar, caminos que ya habíamos hecho con anterioridad. Lo único a destacar es que encontramos (también de casualidad) la biblioteca real. Por desgracia, estaba cerrada.

Al hotel a estudiar y a dormir, que mañana me lo voy a pasar en grande.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Diario del capitán, día segundo:

Suena el despertador. Hay que ponerse en marcha que tenemos desayuno incluido y no queremos perdérnoslo por bajar demasiado tarde. Como buffet de desayuno, hecho en falta unos cruasanes (CRU-A-SA-NES, Raquel), pero los cereales están bien y hay también zumos y varios tipos de pan para tostada. Con la cuestión de aprovecha el buffet nos ponemos hasta el culo de comida.

Vuelta a la habitación a lavarse los dientes, cogemos las cosas y hala, a la calle.

Habíamos decidido previamente que hoy pasaríamos por Strøget de nuevo, pero por la mañana que es cuando está abierto y se pueden mirar cosas como está mandado, así que emprendemos camino hacia allá. Camino que se ve prontamente interrumpido cuando veamos un... ¿tío disfrazado de oso? ¿Qué hace ese tío ahí? También se oye música... espera, vamos a parar a ver qué es esto.

Resulta que es una tienda de juguetes, dulces y cosas que en general se asocian a los niños. Cada mañana a la hora de apertura (las 10) salen todos los empelados y se ponen a bailar y cantar como si trabajar fuera lo más divertido del mundo. Uno de ellos, en concreto, va engalonado con una larga chaqueta roja y sombrero de copa, y es el único que permanece fuera cuando ya ha acabado el espectáculo, reclamando la atención de la gente para que entre a comprar cosas.

Seguimos caminando. El hotel de ayer ya no parece nada tan chachi, la luz del día le hace perder encanto. ¿Qué coño le pasa a este semáforo? ¡No da tiempo a cruzar! ¿Qué quieren, que corramos de un lado para otro? Bueno pues sí, eso es lo que quieren, porque en esta ciudad los semáforos duran en verde una miseria. El ciudadano medio cruza a toda prisa y aún así hace la mitad del trayecto en rojo, pero como esto es la norma, a los coches no parece importarles tampoco. De todas formas, denoto que más allá de las calles principales/más transitadas, la ciudad no tiene muchos semáforos. 

Al lado del hotel encontramos un pequeño museo doble en el que nos encontramos una réplica a tamaño real del hombre más alto del mundo, así como algunas curiosidades adicionales. Nos decimos que más tarde volveremos y seguimos caminando.

Mucha tienda de ropa, mucho souvenir, mucho bar (Tienen tantos bares como en España). Especialmente interesante un detalle: la ropa que venden en las tiendas mola mucho más que la que lleva la gente puesta, lo cual no tiene mucho sentido, porque entiendo que la gente compra lo que hay en las tiendas. También es todo muy caro, por supuesto.

Cogemos un desvío en algún momento dado. ¿Tú sabes dónde estamos? No, yo tampoco. Pero da igual, sigamos andando.

Camina, camina, camina, camina. Mira, una iglesia molona, vamos para adentro. Coñe, ¿la bandera gay? ¿Qué hace esto aquí? No entiendo el danés, pero entiendo que esta iglesia apoya los derechos de los gays y que está a favor del día del orgullo. Seguimos mirando y encontramos uh... una estatua de la muerte. Bueno, eso sí es nuevo.

No sabemos muy bien como, pero acabamos encontrando un enorme parque con su lago y sus estatuas y su esto y aquello. Y patos, muchos patos. María saca tres docenas de fotos y gana +3 a Felicidad Circunstancial.

Seguimos caminando. Mira, ¿eso es una escuela? Joder es un edificio inmenso. Y bonito. Y... mola, en general. Debe de ser una escuela, porque están sacando a los niños a pasear por el parque. Pasamos al lado de lo que debe de ser una facultad de psicología, o algo de eso, la cual coincide estar muy cerca del jardín botánico (que ni sabíamos que hubiera uno, aunque resulta bastante lógico si uno lo piensa).

En un arranque de inteligencia sin límites, decido que, con el calor tan serio que hace, la mejor idea es meternos al invernadero. Ahí, con dos cojones.

Supongo que el sito era bonito y molaba, no puedo saberlo porque todo el tiempo que estuvimos dentro tenía las gafas empañadas por la humedad. Parar mejorarlo, se nos ocurre que sería interesante subir a la pasarela que recorre la parte superior, donde se concentra todo el calor y toda la humedad. Mientras temo por mi vida, en mi cabeza resuena esto:


Y admito que es una buena banda sonora para el momento de tu muerte, pero de alguna manera conseguimos salir de allí sanos y salvos. Eso sí: medio ahogados.

Tras la terrible experiencia, procedemos a visitar el resto del jardín, que no se diga que hemos aprendido la lección. El lugar es bonito, pero árido, y el sol de las 13:00 no nos está ayudando nada. Nos paramos a tomar una coca-cola, nos cobran 35 coronas (Un poco menos de 5 euros) y llegamos a la conclusión de que no vamos a pedir una más en lo que nos queda de viaje por la salud de nuestro bolsillo. Una araña nos saluda desde su telaraña al lado de nuestra mesa.

El hambre comienza a apretar y tengo ganas de ir a un restaurante que recomendaban por internete. Seguimos sin tener del todo claro donde estamos, pero nos hacemos una idea de como volver que es lo que importa.

Por el camino de vuelta (algo más largo de lo que esperábamos porque hacemos un rodeo muy tonto) nos encontramos con un par de curiosidades, una de ellas bastante graciosa y la otra algo más llamativa.

Ah, ahora sí que estamos en terreno conocido, por aquí hemos pasado ya alguna vez antes. Creo que empiezo a aprenderme bien cómo moverme por esta ciudad. Gracias a que maría tiene mejor vista que yo, descubrimos que el restaurante al que queríamos ir (Soupa Natural) está en uno de los muy comunes bajos de esta ciudad, situados metro y medio bajo el suelo.

El lugar tiene un toque personal, y es obvio que ha sido ambientado a mano por quien fuera que lo montara. No hay dos mesas que coinciden y las sillas son bastante dispares también. Abunda la madera, los dibujos en las paredes y carteles con mensajes de salvar la naturaleza. Nos atiende una chica con el pelo azul (Eso no es del todo natural, pero no voy a ponerme a discutir al respecto) bastante simpática que nos permite tomar una muestra de caldo antes de decidir si queremos comerlo o no. Decimos que sí.

Mientras va sirviendo platos, vasos y esas cosas, me dedico a mirar el entorno. Ah, mira, ese es el reloj que le regalé a Raquel. Oye, ahora que me fijo en el menú... ¿ahí pone chili con chocolate? No, no, está en danés, debe de ser... sí, debe de ser otra cosa. Jaja, chili con chocolate, que ideas.

Nos sirven la comida, zumo de mango para beber y pan que hacen ellos mismos. Es como un guisado de pollo pero más caldoso y pica cosa seria, suerte que tenemos el zumo.

Cuando termino de comer, siento que un mal se está apoderando de mi cuerpo. Corro al cuarto de baño con la intención de expulsarlo de mi interior, pero su voluntad es muy fuerte y se resiste. De aquí en adelante el lector debe considerar que me mantengo todo el tiempo conteniendo (más o menos) gases.

A la salida pasamos por un par de tiendas cercanas. Una de ellas es de disfraces y tienen una colección con todas las varitas de la saga Harry Potter. Todas las putas varitas. Hasta las de personajes que uno ni recuerda que tienen varita, como los padres de Ron o cosas así. La otra es una tienda friki genérica, que siempre tengo gusto en revisar.

María, por su parte no puede evitar comprarse un rollito de canela para el postre. Está bueno, pero mi estómago no me permite comer nada más en estos momentos.

hacemos parada en boxes (léase: hotel) y volvemos a Strøget.

Sí, María, ya sé que quieres comprar regalos, pero no hay prisa. Ais, vale, mira, vamos a la tienda de Lego y la de Disney, seguro que ahí encontramos cosas chachis.

La tienda de Disney está perfectamente ambientada hasta el punto de tener un castillo rosa en la entrada lo bastante grande como para que un niño pase por dentro cómodamente (y un adulto de forma no tan cómoda). Son todo muñecos, tazas, estuches, mochilas, bolígrafos, peluches, juguetes múltiples... si eres fan de Disney, te vuelves loco aquí dentro. Y como conozco a un par de fans, saco un par de regalos para la vuelta.

La tienda de Lego no se queda atrás. Nada más entrar te reciben dos muñecos a tamaño persona y un enorme mural. Dentro, aparte de los cienes y cienes de juguetes (Que ya podrían estar más baratos), tienes varias decenas de montajes en exposición, incluyendo una réplica de algunas de las casas más fotogénicas del puerto de Nyhavn. No sacamos regalos de aquí, pero es una visita interesante.

Me duelen los pies... ay, ay, ay, ay, ay. Maldito suelo de piedras. Ay, ay, ay, ay... ¿Tú como lo llevas? Ya, eso imaginaba. Ay, ay, ay, ay.

Salimos a un espacio mucho más abierto, por donde pasa un río o canal o lo que sea que es. Está todo lleno de edificios enormes de aspecto antiguo, pero bien conservados, y bastante interesantes, cada uno en su propio estilo.

Se está haciendo tarde y los pies duelen cantidubi. ¿Volvemos? No, espera, queríamos ver el museo aquel... venga, vamos para allá. Ay, ay, ay, ay, ay. Oye, esto es más caro de lo que esperaba. Ah, que no es este, era otro, ¿y dónde está el que buscábamos? Al final de la calle, guay, total, sólo estamos en el maldito principio. Ay, ay, ay, ay, ay, ay.

Ah, ahora sí, este es. No hay forma de equivocarse, el tipo que vigila la entrada es fácil de ver. Estamos en el museo Guinnes de los récords, donde las salas están tematizadas y ambientadas en cosas como deportes, moda, gente, Harry Potter, música, etc. Hecho en falta una sala dedicada al cuerpo humano y cosas así, pero entiendo que hay niños que vienen a ver esto y no es cuestión de ponerles cara a cara con un pene de 34 centímetros.

Algunas salas incluyen distintas actividades para llevar a cabo, tales como intentar batir el récord del batería más rápido del mundo o ver qué se siente en un vehículo a 540 km/h, que no son pocos. Especialmente notable el momento en que encontramos la clásica máquina de feria para probar tu fuerza dándole un puñetazo a un puchingball.

Venga, María, dale tú por probar. No... no, así no, gira la cadera. No, no, tienes que acompañar con el peso del cuerpo. ¿Cómo has podido puntuar un 1 sobre 1000? Inténtalo otra vez. Mira, da igual, esto no es lo tuyo. Si algo saco en claro es que María en la vida será capaz de matar a alguien con sus propias manos, lo cual me consuela un poco.

Tras pasar por la sección de animales, la de vehículos y la de Michael Jackson, la visita termina con series y videojuegos. Ninguno de los récords que aparecen me parece especialmente llamativo comparados con los que había visto antes (Récord del mundo de sujetadores atados uno a otro: 54 kilómetros), pero las salas están muy bien ambientadas, y hay una PS3 para jugar un poco. No, no, Pablo, abandona el vicio, estás de turismo.

¿Volvemos al hotel? Volvemos al hotel. La ducha tiene el calentador más lento del mundo, y la presión es a duras penas suficiente para mojar a un gato, pero hacemos lo que podemos y a dormir, que aún nos queda mucho por ver.