Sitios donde perder el tiempo

viernes, 6 de septiembre de 2013

Diario del capitán, día segundo:

Suena el despertador. Hay que ponerse en marcha que tenemos desayuno incluido y no queremos perdérnoslo por bajar demasiado tarde. Como buffet de desayuno, hecho en falta unos cruasanes (CRU-A-SA-NES, Raquel), pero los cereales están bien y hay también zumos y varios tipos de pan para tostada. Con la cuestión de aprovecha el buffet nos ponemos hasta el culo de comida.

Vuelta a la habitación a lavarse los dientes, cogemos las cosas y hala, a la calle.

Habíamos decidido previamente que hoy pasaríamos por Strøget de nuevo, pero por la mañana que es cuando está abierto y se pueden mirar cosas como está mandado, así que emprendemos camino hacia allá. Camino que se ve prontamente interrumpido cuando veamos un... ¿tío disfrazado de oso? ¿Qué hace ese tío ahí? También se oye música... espera, vamos a parar a ver qué es esto.

Resulta que es una tienda de juguetes, dulces y cosas que en general se asocian a los niños. Cada mañana a la hora de apertura (las 10) salen todos los empelados y se ponen a bailar y cantar como si trabajar fuera lo más divertido del mundo. Uno de ellos, en concreto, va engalonado con una larga chaqueta roja y sombrero de copa, y es el único que permanece fuera cuando ya ha acabado el espectáculo, reclamando la atención de la gente para que entre a comprar cosas.

Seguimos caminando. El hotel de ayer ya no parece nada tan chachi, la luz del día le hace perder encanto. ¿Qué coño le pasa a este semáforo? ¡No da tiempo a cruzar! ¿Qué quieren, que corramos de un lado para otro? Bueno pues sí, eso es lo que quieren, porque en esta ciudad los semáforos duran en verde una miseria. El ciudadano medio cruza a toda prisa y aún así hace la mitad del trayecto en rojo, pero como esto es la norma, a los coches no parece importarles tampoco. De todas formas, denoto que más allá de las calles principales/más transitadas, la ciudad no tiene muchos semáforos. 

Al lado del hotel encontramos un pequeño museo doble en el que nos encontramos una réplica a tamaño real del hombre más alto del mundo, así como algunas curiosidades adicionales. Nos decimos que más tarde volveremos y seguimos caminando.

Mucha tienda de ropa, mucho souvenir, mucho bar (Tienen tantos bares como en España). Especialmente interesante un detalle: la ropa que venden en las tiendas mola mucho más que la que lleva la gente puesta, lo cual no tiene mucho sentido, porque entiendo que la gente compra lo que hay en las tiendas. También es todo muy caro, por supuesto.

Cogemos un desvío en algún momento dado. ¿Tú sabes dónde estamos? No, yo tampoco. Pero da igual, sigamos andando.

Camina, camina, camina, camina. Mira, una iglesia molona, vamos para adentro. Coñe, ¿la bandera gay? ¿Qué hace esto aquí? No entiendo el danés, pero entiendo que esta iglesia apoya los derechos de los gays y que está a favor del día del orgullo. Seguimos mirando y encontramos uh... una estatua de la muerte. Bueno, eso sí es nuevo.

No sabemos muy bien como, pero acabamos encontrando un enorme parque con su lago y sus estatuas y su esto y aquello. Y patos, muchos patos. María saca tres docenas de fotos y gana +3 a Felicidad Circunstancial.

Seguimos caminando. Mira, ¿eso es una escuela? Joder es un edificio inmenso. Y bonito. Y... mola, en general. Debe de ser una escuela, porque están sacando a los niños a pasear por el parque. Pasamos al lado de lo que debe de ser una facultad de psicología, o algo de eso, la cual coincide estar muy cerca del jardín botánico (que ni sabíamos que hubiera uno, aunque resulta bastante lógico si uno lo piensa).

En un arranque de inteligencia sin límites, decido que, con el calor tan serio que hace, la mejor idea es meternos al invernadero. Ahí, con dos cojones.

Supongo que el sito era bonito y molaba, no puedo saberlo porque todo el tiempo que estuvimos dentro tenía las gafas empañadas por la humedad. Parar mejorarlo, se nos ocurre que sería interesante subir a la pasarela que recorre la parte superior, donde se concentra todo el calor y toda la humedad. Mientras temo por mi vida, en mi cabeza resuena esto:


Y admito que es una buena banda sonora para el momento de tu muerte, pero de alguna manera conseguimos salir de allí sanos y salvos. Eso sí: medio ahogados.

Tras la terrible experiencia, procedemos a visitar el resto del jardín, que no se diga que hemos aprendido la lección. El lugar es bonito, pero árido, y el sol de las 13:00 no nos está ayudando nada. Nos paramos a tomar una coca-cola, nos cobran 35 coronas (Un poco menos de 5 euros) y llegamos a la conclusión de que no vamos a pedir una más en lo que nos queda de viaje por la salud de nuestro bolsillo. Una araña nos saluda desde su telaraña al lado de nuestra mesa.

El hambre comienza a apretar y tengo ganas de ir a un restaurante que recomendaban por internete. Seguimos sin tener del todo claro donde estamos, pero nos hacemos una idea de como volver que es lo que importa.

Por el camino de vuelta (algo más largo de lo que esperábamos porque hacemos un rodeo muy tonto) nos encontramos con un par de curiosidades, una de ellas bastante graciosa y la otra algo más llamativa.

Ah, ahora sí que estamos en terreno conocido, por aquí hemos pasado ya alguna vez antes. Creo que empiezo a aprenderme bien cómo moverme por esta ciudad. Gracias a que maría tiene mejor vista que yo, descubrimos que el restaurante al que queríamos ir (Soupa Natural) está en uno de los muy comunes bajos de esta ciudad, situados metro y medio bajo el suelo.

El lugar tiene un toque personal, y es obvio que ha sido ambientado a mano por quien fuera que lo montara. No hay dos mesas que coinciden y las sillas son bastante dispares también. Abunda la madera, los dibujos en las paredes y carteles con mensajes de salvar la naturaleza. Nos atiende una chica con el pelo azul (Eso no es del todo natural, pero no voy a ponerme a discutir al respecto) bastante simpática que nos permite tomar una muestra de caldo antes de decidir si queremos comerlo o no. Decimos que sí.

Mientras va sirviendo platos, vasos y esas cosas, me dedico a mirar el entorno. Ah, mira, ese es el reloj que le regalé a Raquel. Oye, ahora que me fijo en el menú... ¿ahí pone chili con chocolate? No, no, está en danés, debe de ser... sí, debe de ser otra cosa. Jaja, chili con chocolate, que ideas.

Nos sirven la comida, zumo de mango para beber y pan que hacen ellos mismos. Es como un guisado de pollo pero más caldoso y pica cosa seria, suerte que tenemos el zumo.

Cuando termino de comer, siento que un mal se está apoderando de mi cuerpo. Corro al cuarto de baño con la intención de expulsarlo de mi interior, pero su voluntad es muy fuerte y se resiste. De aquí en adelante el lector debe considerar que me mantengo todo el tiempo conteniendo (más o menos) gases.

A la salida pasamos por un par de tiendas cercanas. Una de ellas es de disfraces y tienen una colección con todas las varitas de la saga Harry Potter. Todas las putas varitas. Hasta las de personajes que uno ni recuerda que tienen varita, como los padres de Ron o cosas así. La otra es una tienda friki genérica, que siempre tengo gusto en revisar.

María, por su parte no puede evitar comprarse un rollito de canela para el postre. Está bueno, pero mi estómago no me permite comer nada más en estos momentos.

hacemos parada en boxes (léase: hotel) y volvemos a Strøget.

Sí, María, ya sé que quieres comprar regalos, pero no hay prisa. Ais, vale, mira, vamos a la tienda de Lego y la de Disney, seguro que ahí encontramos cosas chachis.

La tienda de Disney está perfectamente ambientada hasta el punto de tener un castillo rosa en la entrada lo bastante grande como para que un niño pase por dentro cómodamente (y un adulto de forma no tan cómoda). Son todo muñecos, tazas, estuches, mochilas, bolígrafos, peluches, juguetes múltiples... si eres fan de Disney, te vuelves loco aquí dentro. Y como conozco a un par de fans, saco un par de regalos para la vuelta.

La tienda de Lego no se queda atrás. Nada más entrar te reciben dos muñecos a tamaño persona y un enorme mural. Dentro, aparte de los cienes y cienes de juguetes (Que ya podrían estar más baratos), tienes varias decenas de montajes en exposición, incluyendo una réplica de algunas de las casas más fotogénicas del puerto de Nyhavn. No sacamos regalos de aquí, pero es una visita interesante.

Me duelen los pies... ay, ay, ay, ay, ay. Maldito suelo de piedras. Ay, ay, ay, ay... ¿Tú como lo llevas? Ya, eso imaginaba. Ay, ay, ay, ay.

Salimos a un espacio mucho más abierto, por donde pasa un río o canal o lo que sea que es. Está todo lleno de edificios enormes de aspecto antiguo, pero bien conservados, y bastante interesantes, cada uno en su propio estilo.

Se está haciendo tarde y los pies duelen cantidubi. ¿Volvemos? No, espera, queríamos ver el museo aquel... venga, vamos para allá. Ay, ay, ay, ay, ay. Oye, esto es más caro de lo que esperaba. Ah, que no es este, era otro, ¿y dónde está el que buscábamos? Al final de la calle, guay, total, sólo estamos en el maldito principio. Ay, ay, ay, ay, ay, ay.

Ah, ahora sí, este es. No hay forma de equivocarse, el tipo que vigila la entrada es fácil de ver. Estamos en el museo Guinnes de los récords, donde las salas están tematizadas y ambientadas en cosas como deportes, moda, gente, Harry Potter, música, etc. Hecho en falta una sala dedicada al cuerpo humano y cosas así, pero entiendo que hay niños que vienen a ver esto y no es cuestión de ponerles cara a cara con un pene de 34 centímetros.

Algunas salas incluyen distintas actividades para llevar a cabo, tales como intentar batir el récord del batería más rápido del mundo o ver qué se siente en un vehículo a 540 km/h, que no son pocos. Especialmente notable el momento en que encontramos la clásica máquina de feria para probar tu fuerza dándole un puñetazo a un puchingball.

Venga, María, dale tú por probar. No... no, así no, gira la cadera. No, no, tienes que acompañar con el peso del cuerpo. ¿Cómo has podido puntuar un 1 sobre 1000? Inténtalo otra vez. Mira, da igual, esto no es lo tuyo. Si algo saco en claro es que María en la vida será capaz de matar a alguien con sus propias manos, lo cual me consuela un poco.

Tras pasar por la sección de animales, la de vehículos y la de Michael Jackson, la visita termina con series y videojuegos. Ninguno de los récords que aparecen me parece especialmente llamativo comparados con los que había visto antes (Récord del mundo de sujetadores atados uno a otro: 54 kilómetros), pero las salas están muy bien ambientadas, y hay una PS3 para jugar un poco. No, no, Pablo, abandona el vicio, estás de turismo.

¿Volvemos al hotel? Volvemos al hotel. La ducha tiene el calentador más lento del mundo, y la presión es a duras penas suficiente para mojar a un gato, pero hacemos lo que podemos y a dormir, que aún nos queda mucho por ver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tienes una pistola en la cabeza.